Uno de los lugares comunes a la hora de rechazar la regulación de los gobiernos en materia de neutralidad en la Red es la aversión de las empresas a todo lo que tiene que ver con control público que se identifica contrario a la libertad de empresa y al libre mercado.
Sin embargo, la apuesta y las presiones que han hecho determinados oligopolios de la comunicación para desregular el sector tecnológico con el que se accede a Internet siembra dudas sobre las garantías que le quedarán a los consumidores de recibir buenos y optimizados servicios con los que conectarse a la Red y disfrutarlos en igualdad.
Para muchos defensores de la neutralidad en la Red, parece claro que si no se produce una intervención de los gobiernos que equilibre la balanza, los consumidores se verán perjudicados. Aún más, el movimiento pro neutralidad en la Red considera que los consumidores incluso tendrán que pagar varias veces por los mismos servicios.
Aparte la amenaza latente para esos grupos de que las grandes empresas de comunicación acaben por convertirse en guardianes de Internet y de que consigan hacerse con un papel de influenciadores que condicionen lo que se comunica en la Red.
Para las empresas que son operadoras de banda en Internet creen, por su parte, que resulta discriminatorio que a las compañías que proveen de contenidos como Netflix esta situación les beneficia al ofrecerles servicios prácticamente gratis para la gran cantidad de datos que gestionan.
Estas empresas no conciben cómo la igualdad que pregona la neutralidad en la Red puede casar con las necesidades de diferenciación comercial que han de ofrecer en un espacio de libre mercado. Se trata de una decisión, creen, que va en contra de los principios del mercado libre.
Así definen la neutralidad en la Red quienes están a favor y quienes la ven como una amenaza para el sistema. Para su sistema.