La historia de Internet nos deleita con pequeñas grandes historias de emprendedores que un día decidieron echar un pulso a los grandes del sector, romper moldes, desarrollar una oportunidad de negocio con medios limitados, para acabar por convertirse también ellos en gigantes.
Son los casos de Facebook, de YouTube y de tantos otros que, guiados por una idea y con tanta creatividad como atrevimiento, han forjado un modus operandi inspirador para los emprendedores tecnológicos.
Es una historia que se repite en la que unos emprendedores visionarios reinventan el panorama comercial en un sector mejorando las expectativas. Sin embargo, con los cambios en las reglas de acceso a la banda en Internet y con el fin de la neutralidad en la Red, ésto será más difícil en el futuro, ésto es, si se cobran por servicios premium que ahora están al alcance de todos.
La forma más natural de innovar en Internet resulta de participar en igualdad de los recursos y en un nivel de reciprocidad tecnológica democrática. El éxito en la Red nace siempre de las ideas y no sobre la base de presupuestos astronómicos. La Red es un entorno competitivo, en el que la calidad de los contenidos resulta un valor que hay que cuidar y que no puede ser mediatizado por la calidad del mismo canal.
En términos simples, la neutralidad en la Red significa garantizar que todos los usuarios tengan igualdad de acceso a Internet, dondequiera y quienquiera que sean y disfrutando de flujos de datos que sean tratados por los sistemas con la misma prioridad que los demás.
Internet es uno de los mayores motores del progreso conocidos y el más fabuloso factor de crecimiento económico que hemos conocido. Ha funcionado así de bien por sus reglas igualitarias, por esa razón, cualquier amenaza a la neutralidad en la Red es una ruptura con la tradición emprendedora y una distorsión de las reglas con consecuencias imprevisibles. O previsibles, como la pérdida de un activo inapreciable llamado innovación.